domingo, 30 de diciembre de 2012

PROMESA PARA EL 2013


Dice ser del incrédulo: Que no tiene fe religiosa. Que no cree fácilmente lo que le dicen. Dice ser del escéptico: Duda de lo que está probado o es incuestionable. Son válidas las dos posiciones ideológicas anteriormente referenciadas, frente al proceso del Gobierno actual con la guerrilla Farc para hallarle un fin al conflicto armado en Colombia.
Voy a tratar en cambio, de insertar este artículo: Promesa Para El 2013, con una reciente columna de opinión en El Tiempo redactada por Oscar Collazos: El Año De La Promesa. La incredulidad y escepticismo, son válido ante el solo saber con quién se está tratando de negociar un conflicto que lleva según análisis, 50 años. En donde. Son millones de minutos en guerra. Para pretender solucionarlo en un abrir y cerrar de ojos. Comulgo mejor con el escéptico y el incrédulo.
Dice Oscar: La noticia del 2012 es la apertura de conversaciones con una organización subversiva que no se quita aún la etiqueta internacional de organización terrorista. El año que termina quedará en la historia de Colombia como la fecha de apertura a un nuevo proceso de paz con la organización subversiva más antigua de América Latina, el primero, después del fracaso del Caguán.
_Lo que más me duele es pensar que el Altísimo ya no es el mismo con nosotros. Recordaré las maravillas que hizo el Señor en otros tiempos; pensaré en todo lo que ha hecho. Dirigiste a tu pueblo como a un rebaño, por medio de Moisés y de Aarón_ Salmo, 77.
Digo yo: Quien  comulga con el optimismo moderado del presidente Santos, a sabiendas que hay suficiente y necesario escepticismo e incredulidad en nuestra sociedad, para no sumarle más a este lado de la balanza. El optimismo se desprende en la forma de cómo se está negociando sin entregar nada en el presente, del cual el Gobierno no es rehén. Mas mi fe religiosa en cuanto a este proceso, está supeditada, al tiempo vivido, del cual mi convicción lo modera con optimismo.
Oscar: El clima de rabiosa decepción dejado por aquel proceso –el Caguán- alimentó no solo gran parte del escepticismo y desconfianza reflejados en las encuestas, sino las corrientes de intransigencia que celebran por anticipado lo que sería un nuevo desengaño nacional.
Escribo estas líneas como ciudadano que no ha conocido en su ya larga vida nada distinto a un país en guerra. Tengo la obligación moral de apostar por todas las salidas pacíficas, incluso por aquellas que tendrían más escollos que ventajas.
Estoy convencido de que el éxito de un proceso de esta clase no traerá los cambios esperados en una sociedad fundamentalmente violenta y desigual. Eliminará uno de los obstáculos más duros que ha tenido la voluntad de cambio social en Colombia: la existencia de una guerra que ha pervertido y envilecido en sus métodos a la subversión y al Estado que la combate.
Hago parte de esos millones de colombianos que, al menos en este punto, prefieren la esperanza al pesimismo metódico. La menos aconsejable, por lo perversa, es la posición opuesta: dar por seguro el fracaso de las conversaciones y hacer de ese fracaso el centro de una estrategia de campaña. Comentó.
Digo: Unos de los tantos beneficios a primera vista, en la dejación de la guerra, es tanto el desterrar el  vil secuestro de personas inocentes a la causa; para despejar  la percepción de que somos unos  violentos ante la comunidad internacional que espanta la industrial economía ambientalista que deja el turismo para Colombia.
De que el mundo restante nos mire con buenos ojos. Dependerá de las políticas sociales insertadas al postconflicto.
Saludo, Julio.

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