Valiente, arriesgado y sobre todo obediente a la Constitución Política que
conmina a la consecución de la paz territorial en la Nación, que, pese a las
realidades del terrorismo narcótico del conflicto interno colombiano ¡pese al
riesgo! viene liderando con optimismo moderado el Presidente Santos hacia el anhelado
acuerdo con las Farc.
Reitero. No es la panacea, es decir, el remedio que curará todos los
males económicos, físicos y morales y, hasta espirituales que padece nuestra
sociedad. Es bajarle el ritmo a las balas. Lo más soñado en la inmediatez. Ahora
que los planetas están alineados, según la demostrada fe que también viene
profesando el Presidente.
Entre los grandes y malévolos
problemas generados hacia la convivencia pacifista, están estos, los identificados
de criminalidad provenientes de las guerrillas y la delincuencia común, que
entre otros, pueden ser identificados y cuantificados por los índices de violencia
rural y ciudadana.
Los mandatarios que han gobernado esta Nación entre sus 50 o más años de
historia bélica, han podido identificar al enemigo, lo atacan con la Fuerza Pública,
o dialogan con ellas para tratar de finalizar el conflicto, como en este caso
actual con las Farc en la Habana.
A propósito. Traigo apartes de quienes en ella son protagonistas,
ejemplo: Se ha querido difundir el mensaje de que la justicia y la paz
son valores que se contraponen y que, por ello, para conseguir la segunda se
debe omitir la primera.
Nada más alejado de la realidad.
La justicia y la paz son fines que convergen, pues la construcción de una paz
duradera y estable solo puede afincarse en criterios de justicia, verdad y
reparación. Cada país, atendiendo a su contexto histórico, político y social,
debe construir ese puente de transición. Ruth
Correa, Ministra de Justicia.
De la Calle, jefe negociador del gobierno, pide sensatez y cordura en
este lado de la mesa. Quien recordó que el punto sexto del acuerdo de La
Habana prevé un sistema de ratificación en virtud del cual serán los ciudadanos
los que decidirán si los acuerdos a los que se llegue en esa mesa son
aceptables para la sociedad colombiana, es la sociedad la que resuelve.
Recortes de prensa.
Pero con la corrupción, que muchos sabemos que es más dañina a la
sociedad que la bélica, sin desestimar esta última. Cuándo y cómo la han de
identificar, atacar o dialogar para eliminar su actividad en su omnipresencia
en todos los estamentos institucionales dentro del Estado.
Seguiré insistiendo como en mi artículo anterior, sobre la enquistada
corrupción municipal que padecen, unas más que otras, nuestras regiones
plagadas de desigualdades sociales. Para mermarlas contamos con una trilogía
sistemática entre la democracia y la institucionalidad, actuando en:
Educar al pueblo para que elija a sus gobernantes con mejor objetividad y
sabiduría, seguidamente, avivar la vigilia de las veedurías ciudadanas, y, como
último filtro, el ejercicio preventivo de los Entes de control de la justicia,
para que investigue, absuelva o castigue.
Esta larguísima y titánica tarea, podría durar con optimismo moderado, y
que los astros sigan alineados a favor; no mayor que los 50 o más años de
nuestra historia bélica.
Habrá posiblemente menos
gobernantes, de acuerdo al reformado articulito constitucional que benefició al
anterior gobierno. Articulito que permite la reelección presidencial. Estos
tiempos son necesarios cuantificarlos, para que no se afanen, los que ahora se
ufanan ser los únicos salvadores de la patria.
¡Cuánto amo tu enseñanza! ¡Todo
el día medito en ella! Tus mandamientos son míos para siempre; me han hecho más
sabios que mis enemigos. Entiendo más que todos mis maestros, porque pienso
mucho en tus mandatos. Salmo 119.
Saludo, Julio.