La filosofía de mis pensamientos
tiene algo de peculiar en el asentamiento de la escritura. Algo que se me fue
dado. Tratan de alguna manera de llevar, o mejor de traer, los relatos en las
relaciones de vida de quienes según la Biblia, le sirvieron a Dios en su plan
divino humano para guiar el sendero
generacional del que él acostumbra llamar, su pueblo. Desde el génesis. Ahora en la cristiandad, su Iglesia.
Pero algo más en particular que
me llena de satisfacción, además de que como todo ser humano busco un protagonismo,
mejor aún, si es de ámbito social y político.
No obstante. Comparto algunos créditos en mis columnas o artículos de opinión,
con algunos trabajos investigativos en la prensa regional y nacional y con
algunas opiniones públicas que me parecen objetivas para que sean tenidas en
cuenta en las administraciones públicas y lo relacionado con la política en
general.
No será este artículo la
excepción, porque traigo apartes de una reciente columna de opinión de un
columnista de la prensa capitalina de el Tiempo, Gabriel Silva; y que, desde
luego tiene que ver desde un punto de vista político y del cual me suscribo. Leamos
apartes:
Tengo un profundo respeto por la
política, por mi profesión –politólogo– y por mi experiencia de servidor
público. Esa actividad –que, según las encuestas, el 80 por ciento de los
colombianos consideran indeseable, sucia, corrupta y costosa– para mí es la
esencia de una sociedad civilizada. La política es simultáneamente un arte y un
apostolado. Es el espacio donde aflora lo mejor y lo peor de una sociedad.
Esa realidad ineludible, que en
la política coexistan los ángeles y los demonios, es propia de todas las
actividades humanas. El problema es que de todas ellas la política es la más
importante. A través de esta se decide la distribución del poder en la sociedad
y la asignación de los recursos colectivos.
No deja de sorprender que algo
tan crucial para la sociedad sea tan impopular. Sin duda, mucha de la culpa la
tienen los mismos políticos. Con tanto escándalo de corrupción, de parapolítica,
de amiguismo y de personalidades en las cárceles, quién se va a animar a
metérsele a eso. Con razón, el 95 por ciento de los jóvenes que van a entrar a
la universidad dicen que no tienen ningún interés en la política. Puntualizó.
Había leído posteriormente otra
posición relacionada con la posición de Silva, y es que participar
democráticamente en las contiendas de elección pública; su inversión electoral en
pesos para poder lograr un escaño y llegar
al cargo, es entrar a una iliquidez financiera con respecto a lo que se va a recibir
en el cargo. Lo obvio, nadie le apuesta a perder tiempo y dinero. Esto si de justificación
politiquera y clientelista se trata.
Quienes han visto la
personificación del otrora político estadounidense y antiesclavista Abraham
Lincoln, en la película, Lincoln. Manifiestan que para que este activista
consiguiera esta gesta para abolir la esclavitud en su país, tuvo la necesidad,
por así decirlo, de recurrir a la politiquería y al clientelismo. Más
justificaciones políticas en su dinámica humana, si de eso se trata.
_El que procede rectamente y dice
la verdad, el que no se enriquece abusando de la fuerza ni se deja comprar con
regalos, el que no hace caso a sugerencias criminales. Ese vivirá seguro, tendrá
su refugio en una fortaleza. No le faltará pan y agua_ Isaías, 33.
Es mejor esperar un poco, sin
dejar de ejercer el ciudadanismo y el civismo. Para no caer ¡Si de eso se
trata! en lo politiquero clientelista.
Saludo, Julio.
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